Creando estudiantes que resuelvan problemas
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La próxima vez que esté dando una lección, cuente cuántas preguntas se les hacen a los estudiantes.
Cuando los estudiantes son acorralados y llevados a la estrecha vereda de las pruebas estandarizadas, se les inculca tanto el miedo al fracaso que sólo un tonto se atrevería a aventurarse fuera del camino trillado. Después de todo, estamos hablando de jóvenes y difícilmente podemos esperar que se rebelen contra ello (considerando que esto puede hacer que uno se replantee a los estudiantes que realmente lo hacen). Las consecuencias de desviarse son muy duras: la promesa de no tener trabajo; la vergüenza del fracaso; la ira de la escuela. No es de extrañar entonces que los estudiantes tengan miedo de correr riesgos y pensar por sí mismos, y por qué inevitablemente se hacen tantas preguntas innecesarias.
Para colmo de males, cuando los gobiernos deciden en su sabiduría que la solución para asegurar el progreso en la educación es estandarizar aún más las pruebas, obligan a las escuelas a restringir aún más los planes de estudio. Reducen las oportunidades de explorar la creatividad en las asignaturas. Reducen un curso a su cáscara cuantitativa y, al hacerlo, reducen las oportunidades de un estudiante de desarrollar estrategias de resolución de problemas. Esencialmente, obligan a las escuelas a producir estudiantes hidropónicos.
Enseñar a los estudiantes en contextos auténticos
Aunque el uso de la hidroponía para cultivar frutas y verduras parece la solución perfecta para los problemas alimentarios del mundo, el método, aunque produce productos aparentemente más grandes y más rápidos, tiene tres defectos importantes: en primer lugar, el producto final carece de nutrientes y sustancia reales y, en última instancia, de sabor.
En segundo lugar, la planta en sí crece en un estado muy poco natural y tóxico, absorbiendo cantidades desmesuradas de productos químicos y pesticidas para controlarla a cada paso, lo que debe afectar su disfrute general del cultivo y, en tercer lugar, una vez que la planta desaparece y el proceso termina, no deja ningún legado positivo; de hecho, agota el suelo que la rodea. Cuando a los estudiantes se les enseña en condiciones no naturales, con el único propósito de producir resultados cuantificables, ellos también sufren de tres maneras similares:
En primer lugar, cuando terminan su educación con un montón de credenciales (si han logrado pasar por el sistema), pueden carecer de una profundidad real de conocimientos y de cualquier capacidad para resolver problemas. Esto se debe a que el aprendizaje ha sido demasiado superficial, concentrándose sólo en aspectos de un curso que necesitan ser aprendidos para exámenes estandarizados. Al igual que las raíces de la planta hidropónica, las sinapsis del cerebro no son estimuladas a expandirse y fortalecerse porque no hay ninguna oportunidad o necesidad de hacerlo. Cuanto más prescriptivo sea el aprendizaje, menos posibilidades tiene el estudiante de desviarse del camino, ensuciarse y encontrar soluciones para salir del barro. La necesidad es la madre de la invención, pero cuando a los estudiantes nunca se les dan esas oportunidades, pierden la capacidad de pensar con rapidez y, finalmente, de pensar por sí mismos en la mayoría de las situaciones.
En segundo lugar, si los estudiantes están encerrados día tras día en los confines del edificio escolar, sentados durante períodos extraordinariamente largos en filas de pupitres y llevados de clase a clase bajo los estrictos horarios de las campanas, el proceso de distanciamiento de los jóvenes de su condición natural está en marcha. Si se rocía a los estudiantes con información inútil e irrelevante disfrazada de aprendizaje, es obvio que no disfrutarán de la escuela.
Enseñar la curiosidad
Incluso los profesores bien intencionados pueden caer en las trampas del sistema, pues ellos mismos actúan con el temor de no cubrir el territorio requerido. De hecho, es una hazaña imposible enseñar la cantidad de material estipulado de la mayoría de las materias con cualquier nivel de profundidad a la clase promedio. Para frenar la inclinación natural de los estudiantes a desentenderse en un contexto de aprendizaje de este tipo, las escuelas inoculan superficialmente a sus estudiantes con innumerables diatribas, advirtiendo contra la desconexión y castigando a los culpables en un intento de sofocarla. No es de extrañar que los estudiantes puedan sentir que sus caminos en el aprendizaje y el crecimiento se han vuelto sofocados, unidireccionales y oprimidos. No es de extrañar que rara vez, si es que alguna vez, relacionen el aprendizaje con la felicidad.
En tercer lugar, debido a la superficialidad del aprendizaje requerido para las pruebas estandarizadas y la falta de base en la creación de conocimientos, la transferencia del aprendizaje a nuevos contextos es limitada. El proceso produce poca recompensa después del período de exámenes y hace poco para sostener al estudiante o, de hecho, a la comunidad que lo rodea. El estudiante criado en el invernadero de las pruebas estandarizadas lucha por pensar de manera innovadora, resolver nuevos problemas y, en última instancia, prosperar y contribuir a un mundo del siglo XXI que cambia rápidamente.
El adulto emergente ciertamente no va a brotar e inspirar a la próxima generación, sino que dependerá del mundo que lo rodea y lo agotará para mantenerse vivo.
